Hace poco leí una publicación de una de las
personas más influyentes de esta década a nivel mundial. No diré quién es para
no dar pie a prejuicios y que el mensaje llegue claro. El texto hacía mención
al exceso de dedicación que tenemos con nuestros hijos. Cuando digo exceso,
quiere decir eso mismo, cantidad excesiva, demasiada, es decir, un cantidad que
al superar la medida necesaria, lo hace en tal grado que perjudica y tiene efectos contrarios a los
esperados. Es decir, siempre nos hemos quejado de que nuestros padres no nos
preguntaban ni se interesaban lo suficiente por nuestras cosas diarias (opinión
subjetiva, por cierto), y siempre hacemos alusión a los efectos negativos de
una falta de atención y dedicación hacia nuestros hijos. Me gustaría que nos
preguntásemos ahora mismo, ¿le doy a mi hijo lo que necesita o más de lo que
necesita? Si le doy más, ¿ese exceso que le estoy dando le está beneficiando o
perjudicando? Pensadlo bien. En nuestra responsabilidad como padres, debemos
estar vigilantes, y no sólo poner el corazón a la hora de educar.
Permitidme que os cuente un caso personal que
se suele dar. A comienzo de curso llega el momento de ir a por las zapatillas
de deporte para el cole. Y nos encontramos con la siguiente situación: tu hijo
ha estado todo el camino ansioso porque va a tener “zapatos nuevos”; te empieza
a hacer la lista de las zapatillas que llevan todos sus amigos del cole, a los
que va a ver todos los días y va a jugar con ellos; le dice lo mucho que le
gustan las amarillas fosforito de “La Marca”, etc. Y te presentas en la tienda
delante de todo ese muestrario de zapatillas que abarcan precios desde los 15€
a los 49€. Gracias a Dios, los ingresos familiares nos permiten optar, no sin
esfuerzo, tanto a las de 15 como a las de 49. Mi hijo me pide las de 45€,
sabiendo que las de 49 son las más caras y sabe que le voy a decir que no. Y
empieza el vaivén de pensamientos en mi cabeza: “quiero lo mejor para mi hijo,
y estas zapatillas tienen una mejor amortiguación para su pie”, o “¿cómo voy a
dejar que mi hijo vaya con unas zapatillas baratas al cole si TODOS sus amigos
llevan las mejores?”, o “con lo mal que yo lo pasé porque mis padres nunca me
podían comprar las zapatillas que yo quería, no quiero que lo pase mal”, etc.,
etc., etc.
Espero que os hayáis dado cuenta de lo que
quiero mostraros: aunque la zapatilla de 49€ no afecte a nuestra estabilidad
económica, ¿estamos educando bien a nuestro hijo comprándole la mejor
zapatilla? Aunque podamos, no siempre debemos. Esta frase seguro que la ponéis
en práctica a menudo para vosotros mismos. Intentamos vivir sin excesos para no
afectar a nuestra economía familiar, pero ¿por qué sus caprichos sí pueden
afectarla? ¿Por qué vamos a hacer una excepción con nuestros hijos? Hacedlo por ellos y por vosotros. Os lo agradecerán en el
futuro, aunque ahora no lo entiendan.