No sé si lo habéis probado
alguna vez, pero os aseguro que funciona. Los niños son competitivos (más los
niños que las niñas, pero da igual) y se motivan con mucha facilidad.
En mi caso, uno de mis hijos es
lo que viene siendo un cabezota. Siempre que quiero que haga algo me las veo y
me las deseo no sólo para que lo haga, sino para que lo haga hoy y no el año
que viene, ¿me entendéis? Tiene mucho carácter con lo que cuando intento ir de
frente o desde una posición de autoridad, sé que lo tengo todo perdido, porque
él no funciona por “narices”. Entonces
un día nos dimos cuenta que hacía justo lo contrario de lo que le decíamos (eso
sí que es típico en los niños), como por ejemplo “Cógete el vaso azul” y se
cogía el verde, o “ponte la camiseta de Hulk” y se ponía la de los Angry Birds.
Así que mi mujer pensó en alto y dijo “seguro que si le decimos que coja la
camiseta de los Angry Birds coge la de Hulk….
Pues bien, no pasó mucho tiempo
cuando vino gente a casa y le dijimos “No le vayas a dar un beso a la abuela, eh…”
Entonces echó a correr como una exhalación para engancharse al cuello de la
abuela y comérsela a besos. Otro ejemplo, esta misma mañana, ya habíamos
desayunado. Yo iba a ducharme y ellos tenían que vestirse solos, así que les he
dicho “No me vayáis a dar un susto y os vistáis vosotros solos antes de que
salga de la ducha, eh…” Pues casi no había entrado en la ducha cuando habían a
parecido los dos hermanos vestidos con el uniforme, los zapatos puestos y con
la sonrisa puesta de estar pensando “Toma ya, he hecho lo contrario de lo que
me ha dicho papá…!” Sin embargo han hecho justo lo que quería que hicieran.
Evidentemente no hay que abusar
de esto, porque no son tontos, y aprenden rápido, y a los dos días se darán
cuenta de que les estamos tomando el pelo. Pero de vez en cuando, o en los
momentos en los que no necesitemos que fallen los besos a la abuela, no hay
mejor remedio. Os lo aseguro.